8 de octubre de 2009

La caravana de Plan ya no es lo que era


En 1985 nos sorprendieron con la noticia de que en un pequeño pueblo oscense, en el Valle del Gistau (bonito de verdad ) se había organizado una caravana de mujeres solteras para que encontraran pareja los mozos del lugar, ya que se estaba despoblando. Ayer me volvieron a sorprender haciendo que abandonara la posición horizontal que suelo adoptar cuando le doy otra oportunidad a la programación televisiva topándome con: Granjero busca esposa, de la Cuatro: engendro, llamado “docu-reality”, que trata de que varios granjeros (y una granjera) encuentren su media naranja entre varias candidatas/candidatos.

Confieso que piqué en el anzuelo. Su fórmula funcionó. Caí en la trampa y me quedé viendo los últimos minutos del programa. Asistí a la ceremonia de elección de candidatas/-os por parte de algunos de los granjeros. Primero ellos y por último ella. La presentadora urgía a los electores a compartir con la audiencia el nombre de las “afortunadas” mientras la cámara hacía un barrido por cada una de ellas; en sus rostros vi autocomplacencia, orgullo, indiferencia incluso y miedo, temor a no ser la elegida. ¿Miedo? ¿A qué?

¿Qué mueve a una persona a presentarse a este tipo de programas? ¿Fama? ¿Desesperación financiera?¿Altruismo? ¿Miedo a la soledad? ¡¡¡¿Miedo a estar sola/-o?!!! Me creó cierta inquietud ver la reacción de una de las candidatas en concreto que no resultó una de las “elegidas”: sentada apartada del grupo que festejaba la resolución, llorando y auto flagelándose con la retahíla: No encontraré a nadie que me quiera; ¿por qué me pasa esto a mi?. Intentaban consolarla las otras, elegidas o no con el archiconocido comentario: Él se lo pierde”. Lloraba como si el hombre que ha amado durante toda su vida la hubiera engañado con otra. ¡¡¡¡Lo acababa de conocer, dios santo!!!! ¡Cuánto daño han hecho las comedias románticas, los cuentos tuneados por la todopoderosa Disney! El problema está en hacernos creer que si no tenemos pareja no estamos completos como personas—y que conste que he pertenecido a ese club, pero la experiencia no es solo lo que hemos vivido y lo que no, también lo que podemos y queremos hacer con ella---y decidí cambiar de idea.

Sin embargo, lo peor aguardaba. “Ha elegido a la zorra ésa”. Envidia, mala sangre, como decimos en mi pueblo. ¿A cuento de qué? No le parecía ya bastante patético ir a un programa a buscar marido exponiéndose como en un escaparate y ser elegida o no delante de una audiencia potencialmente millonaria. Ser tratada/-o como artículos, en este caso, aperos de labranza- ésta me gusta porque es fuerte y va bien para las vacas—le faltó decir a alguno de los protagonistas masculinos y a la granjera, cómo no. ¿Dónde se han ido la discreción y el misterio de la seducción?

Y la escena se repetía, con variantes, cada vez que se hacía la selección. Gritos de alegría, caras de enojo y de impotencia por no poder quedarse, envidias y roces. Algún que otro beso si que hubo también. Pero poca camaradería y compañerismo.

Solo tengo un comentario positivo acerca de esta experiencia televisiva absurda: el comportamiento de los candidatos ante la elección distaba mucho del de las mujeres. Rompo una lanza a favor del género masculino es esta ocasión: sí hubo camaradería y festejo entre todos. Espero sinceramente que no haya sido un espejismo creado por el realizador no sacando a algún derrotado en actitud llorosa. Quiero creer y creo que no. ¿Se debe esa actitud al afán, más masculino que femenino, de darle a las cosas la importancia que tienen? ¿A creerse que forman un equipo aunque, con individualidades que no individualismo, se hayan conocido hace unas horas? ¿Son más simples? (Lo dudo) Creo que son más sinceros. Y con esto no quiero demostrar la falacia de que las mujeres somos “más malas”... ¿O no hay tal?

Este plan ya no es un buen plan.

Si William Wellman levantara la cabeza.

No hay comentarios: